Hipocondria inducida
Si usted cree que está sano como un roble, anda listo. No importa que su último chequeo médico esté limpio como una patena. La industria médica se encargará de aguarle la buena nueva con una “enfermedad imaginaria”. Numerosas asociaciones médicas alertan de que las grandes compañías farmacéuticas están haciendo que nos preocupemos por nuestro estado de salud más allá de la mera prevención. Asistimos al auge de lo que ha venido a llamarse comercio de enfermedades. El objetivo: aumentar los beneficios.
¿Cómo tiene el colesterol? ¿Y la presión? ¿Es mujer y retiene líquidos? ¿Cumple en la alcoba? ¿Va bien al baño? ¿Su niño es muy inquieto? ¿Sufre de timidez?… Mientras ve la tele, escucha la radio o lee una revista, un bombardeo silencioso pero continuo le recuerda que posiblemente no está sano. Detrás de estas advertencias se halla la poderosa industria farmacéutica, con la comparsa de la alimentaria. Ellos dicen que su insistencia es por el interés de la salud, pero cada vez más voces autorizadas advierten que detrás de esta inocente presión existe un impresionante negocio que consiste en convencer a la gente sana de que sufre alguna dolencia o disfunción, y fabricar nuevas enfermedades o cuadros clínicos con el fin de incrementar el volumen de ventas de sus productos y tratamientos. En el mundo anglosajón, este fenómeno en pleno auge ya es conocido como disease mongering, esto es, comercio de enfermedades. En un informe especial publicado en la revista Public Library of Science Medicine puede leerse que situaciones como la disfunción sexual femenina, el trastorno de déficit de atención con hiperactividad, que afecta a niños; y el síndrome de piernas inquietas, sensaciones en la parte inferior de las piernas que hacen que la persona afectada, normalmente de mediana edad y adulta mayor, se sienta incómoda, a menos que las cambie de posición, han sido difundidas masivamente por las compañías farmacéuticas para favorecer la venta de los fármacos que las combaten. Otros problemas menores, que forman parte de los procesos orgánicos naturales y que tienen que ver con los altibajos del día a día, como es el caso de la menopausia o los fallos eréctiles, están sufriendo un creciente proceso de medicalización, mientras que factores de riesgo, como el colesterol alto o la hipertensión, son presentados a la opinión pública como enfermedades en sí mismas. Y dolencias leves o medianamente severas, como el síndrome de colon irritable, se convierten intencionadamente en terribles procesos patológicos que hay que combatir a toda costa.
La manera en que meten el miedo en el cuerpo es muy sutil, pero eficaz. Basta con consultar los resultados de cuentas de las multinacionales farmacéuticas: desde 1990, el mercado mundial del medicamento se ha triplicado. Cada español consume 248 euros anuales en fármacos, según los Colegios Farmacéuticos; cada francés, 284 euros y cada alemán 244 euros. En 2005, los laboratorios estadounidenses se gastaron la friolera de 29.800 millones de euros en promoción y 23.900 millones de euros en investigación. Se gastan ingentes cantidades de dinero en decir a la gente que está enferma. Cuentan con gabinetes que orquestan las campañas de marketing y promoción. De manera calculada, esponsorizan la definición de enfermedades y la promoción entre médicos y los consumidores. Organizan seminarios para expertos y periodistas, que ayudan a difundir síntomas y tratamientos. La insistencia machacona logra meter el miedo en el cuerpo. En el fondo, todos somos algo hipocondríacos. Nadie quiere sentir las huellas del envejecimiento, sobre todo si son motivo de discriminación o rechazo social.
Una de las estrategias más utilizadas consiste en ampliar el campo terapéutico de un medicamento para así acaparar el máximo número de pacientes. Ha sucedido con el síndrome de piernas inquietas, cuya incidencia real es muy baja, pero que parece un mal extendido debido a la atención prestada por los medios de comunicación. Sucedió también con la disfunción eréctil masculina, la falta de libido o de erección, cuya incidencia también fue engordada por los fabricantes del Viagra, según denuncian algunos expertos. Además, por acción u omisión Pfizer contribuyó a que su pastilla azul fuera contemplada no sólo como un tratamiento –el tratamiento de choque– contra la impotencia, sino como un elixir sexual, un potenciador del sexo entre la gente normal. Desde 1998, más de 23 millones de varones la han consumido en algún momento de su vida. Todo un Blockbuster, un término hollywoodiense adoptado por la industria farmacéutica para definir los medicamentos que superan un beneficio de mil millones de dólares al año. En 2005, la Viagra reportó 1.600 millones de dólares. Sus competidores no perdieron tampoco la oportunidad de engrosar los resultados de sus cuentas con Cialis, Levitra, Uprima, Ixense…
La disfunción sexual femenina también está en el punto de mira de los “labos”. La Intrinsa, un parche de testosterona de Procter & Gamble pronto aterrizará en las farmacias europeas y la presión ya se empieza a notar. Por arte de magia, los informes sobre la incidencia de este trastorno empiezan a hacerse públicos y los programas divulgativos hacen que muchas mujeres se pregunten si su vida sexual es la adecuada.
Otra estratagema consiste en medicalizar los procesos normales de nuestra existencia. Así, los quincuagenarios pueden alegrarse de contar con un tratamiento de Merck para luchar contra un fenómeno que genera “pánico” y conflictos emocionales. Cómo no, nos referimos a la calvicie. Del mismo modo, la timidez se presenta ahora con la etiqueta de fobia social, para así ampliar la clientela del antidepresivo Deroxat, que comercializa GlaxoSmith-Kline. Los individuos tensos y fácilmente irritables, que duermen mal o que tienen dificultades para concentrarse, sufren ahora los síntomas de la ansiedad generalizada que, obviamente, hay que dominar con un antidepresivo. La influencia del ciclo hormonal sobre el humor se ha convertido en un cuadro neurológico que viene a llamarse “distrofia menstrual. Tratarla, se puede tratar.
Un tercer método está en presentar los factores de riesgo como dolencias. Por ejemplo, la mencionada hipertensión y el colesterol alto no son enfermedades, sino factores de riesgo que favorecen la aparición de problemas cardiovasculares. ¿Pero en qué nivel hay que fijar la intervención médica? Si la cifra es baja, los beneficios farmacéuticos aumentan, dicen algunos especialistas. Algo similar sucede con la osteoporosis, el debilitamiento de los huesos asociados a la edad y, sobre todo, a la menopausia. La pérdida de masa ósea está asociada a un incremento del riesgo de sufrir una fractura, pero para la mayor parte de la población sana, el peligro es muy lejano o muy bajo y, en cualquier caso, la administración de fármacos preventivos durante largos periodos de tiempo no reducen significativamente el riesgo de rotura ósea.
Desde numerosas asociaciones médicas se advierte que el mongering diseases no es un asunto baladí, ya que está en juego la salud de gente sana. Los fármacos presentan efectos secundarios, a veces, muy importantes. Estamos ante un fenómeno emergente en el que las autoridades sanitarias han de mostrarse muy vigilantes.
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