Verdades y mentiras sobre algunos consejos dietéticos
Es posible que porque todavía no es muy conocida la figura del nutricionista, cualquier persona, sin el menor rubor, se lanza más de lo que debiera a hacer recomendaciones a diestro y siniestro sobre dietas y alimentos saludables. Casi siempre lo que hacen con buena voluntad y, algunas veces, lo hacen incluso con alguna base, después de haber leído algo sobre el tema en cualquier revista bien documentada; pero otras se limitan a repetir dichos y cosas oídas sin el menor fundamento científico. Por ejemplo:
No es verdad que el pan engorde. El pan es un cereal como otro cualquiera, y depende de la cantidad que tomemos y con qué lo tomemos. Lo que ocurre es que en una comida generalmente ya se están tomando hidratos de carbono suficientes y, si además de estos hidratos, comemos pan, y no quemamos esas calorías, éstas se transforman en grasa. Lo que sí ocurre es que los hidratos de carbono son los que más energía directa aportan, aunque los más calóricos son las grasas (9 calorías por gramo, frente a los cuatro por gramo que tienen los hidratos).
También es falso que la fruta nunca deba tomarse de postre, porque engorda. La fruta tiene más beneficios si la tomamos entre las comidas porque es rica en fibra y nos provoca más sensación de saciedad que si la tomamos después de las comidas; pero eso no quiere decir que engorde más después de comer. La cantidad calórica que tienen es la misma de postre o entre comidas.
No es verdad tampoco que no sea bueno beber agua después de comer melón o sandía, lo que pasa es que si bebemos agua después de tomar alimentos que ya de por sí tienen mucha agua a lo mejor no nos sienta bien, de igual modo que tampoco nos sentaría bien beber tres vasos de agua después de comer.
Si se deja de comer durante cierto tiempo el estómago se hace más pequeño y se engorda menos no es cierto, lo que ocurre es que las personas con un sobrepeso muy elevado pueden tener el estómago más dilatado y cuando se ponen a régimen, el estómago vuelve a su tamaño normal.
¿Los huevos suben el colesterol? La yema tiene bastante colesterol: pero no está probado científicamente que suban el colesterol del cuerpo humano. Una cosa es el colesterol propio que produce el hígado para ayudar a la bilis a digerir las grasas y otro es el que absorbemos; pero no existe evidencia de que ese colesterol del huevo eleve el colesterol. Diría que no es ni verdadero ni falso.
No se puede tomar un vaso de leche después de comer una naranja, porque se corta la digestión. No se ha visto jamás ningún estudio de eso. No tiene fundamento alguno.
Comer rápido y de forma apresurada no engorda directamente; pero una persona que come muy rápido no obtiene sensación de saciedad y come más de lo que debería. La sensación de saciedad aparece en el cerebro un cuarto de hora después de empezar a comer.
Las dietas disociadas son las que mejor funcionan para perder peso sí que es verdad, porque suelen estar organizadas en tres etapas y normalmente en la primera se reducen los hidratos de carbono y se suele perder peso; pero lo más importante es que tiene que haber una educación alimentaria, que es lo que falla. Mucha gente pierde peso en quince días y al volver a su alimentación normal recupera el peso perdido e incluso un poco más.
¿La fructosa es mejor que el azúcar? No se considera mejor, lo que ocurre es que la fructosa tiene una absorción más lenta y no provoca una elevación tan rápida de glucosa en la sangre, lo que es bueno, por ejemplo, para los diabéticos.
¿Las nueces son buenas para la memoria? Lo que pasa es que es un fruto seco rico en grasas insaturadas como el aceite y el omega 3, que sí son ventajosas para el cerebro.
¿Hay que beber, como mínimo, ocho vasos de agua diarios? ¡Mentira! El origen de este falso mito posiblemente data del año 1945, cuando se hizo pública una recomendación en la que se establecía que la cantidad de agua que debía tomar cada adulto, en la mayoría de los casos, era de "2,5 litros al día". Aquella recomendación continuaba afirmando que cada persona debe consumir "un mililitro de agua por cada caloría de comida" y que "la mayoría de esta cantidad está en las comidas". Si se ignora esta última frase, se puede interpretar que, efectivamente, debemos tomar ocho vasos de agua diarios; pero no, hay que beber el agua necesaria en función de nuestro estilo de vida, el calor, el ejercicio deportivo… pero beber agua en exceso simplemente por beber esa cantidad puede ser perjudicial y, en algunos extremos, causarnos la muerte. Expliquemos mejor esto para no asustar a nadie (porque el agua es, no buena, buenísima, pero): el agua en exceso puede provocar inflamación en el cerebro, evitando así que éste regule funciones vitales como la respiración, lo que causa el fallecimiento. La cantidad de agua que se ingiere debe estar regulada para poder controlar los niveles de ciertos componentes de la sangre, por lo que, si tomamos demasiada, los riñones no son capaces de funcionar lo suficientemente rápido, provocando una dilución de los niveles de componentes como el sodio, el potasio y el cloro. Estos componentes están involucrados en la actividad contráctil de los músculos. Si no están en una relación adecuada en la sangre y si se diluyen demasiado, también ocurre una dilución de los componentes en el interior de las células, pudiendo provocar problemas a nivel cerebral, cardíaco o respiratorio.
No es verdad que el pan engorde. El pan es un cereal como otro cualquiera, y depende de la cantidad que tomemos y con qué lo tomemos. Lo que ocurre es que en una comida generalmente ya se están tomando hidratos de carbono suficientes y, si además de estos hidratos, comemos pan, y no quemamos esas calorías, éstas se transforman en grasa. Lo que sí ocurre es que los hidratos de carbono son los que más energía directa aportan, aunque los más calóricos son las grasas (9 calorías por gramo, frente a los cuatro por gramo que tienen los hidratos).
También es falso que la fruta nunca deba tomarse de postre, porque engorda. La fruta tiene más beneficios si la tomamos entre las comidas porque es rica en fibra y nos provoca más sensación de saciedad que si la tomamos después de las comidas; pero eso no quiere decir que engorde más después de comer. La cantidad calórica que tienen es la misma de postre o entre comidas.
No es verdad tampoco que no sea bueno beber agua después de comer melón o sandía, lo que pasa es que si bebemos agua después de tomar alimentos que ya de por sí tienen mucha agua a lo mejor no nos sienta bien, de igual modo que tampoco nos sentaría bien beber tres vasos de agua después de comer.
Si se deja de comer durante cierto tiempo el estómago se hace más pequeño y se engorda menos no es cierto, lo que ocurre es que las personas con un sobrepeso muy elevado pueden tener el estómago más dilatado y cuando se ponen a régimen, el estómago vuelve a su tamaño normal.
¿Los huevos suben el colesterol? La yema tiene bastante colesterol: pero no está probado científicamente que suban el colesterol del cuerpo humano. Una cosa es el colesterol propio que produce el hígado para ayudar a la bilis a digerir las grasas y otro es el que absorbemos; pero no existe evidencia de que ese colesterol del huevo eleve el colesterol. Diría que no es ni verdadero ni falso.
No se puede tomar un vaso de leche después de comer una naranja, porque se corta la digestión. No se ha visto jamás ningún estudio de eso. No tiene fundamento alguno.
Comer rápido y de forma apresurada no engorda directamente; pero una persona que come muy rápido no obtiene sensación de saciedad y come más de lo que debería. La sensación de saciedad aparece en el cerebro un cuarto de hora después de empezar a comer.
Las dietas disociadas son las que mejor funcionan para perder peso sí que es verdad, porque suelen estar organizadas en tres etapas y normalmente en la primera se reducen los hidratos de carbono y se suele perder peso; pero lo más importante es que tiene que haber una educación alimentaria, que es lo que falla. Mucha gente pierde peso en quince días y al volver a su alimentación normal recupera el peso perdido e incluso un poco más.
¿La fructosa es mejor que el azúcar? No se considera mejor, lo que ocurre es que la fructosa tiene una absorción más lenta y no provoca una elevación tan rápida de glucosa en la sangre, lo que es bueno, por ejemplo, para los diabéticos.
¿Las nueces son buenas para la memoria? Lo que pasa es que es un fruto seco rico en grasas insaturadas como el aceite y el omega 3, que sí son ventajosas para el cerebro.
¿Hay que beber, como mínimo, ocho vasos de agua diarios? ¡Mentira! El origen de este falso mito posiblemente data del año 1945, cuando se hizo pública una recomendación en la que se establecía que la cantidad de agua que debía tomar cada adulto, en la mayoría de los casos, era de "2,5 litros al día". Aquella recomendación continuaba afirmando que cada persona debe consumir "un mililitro de agua por cada caloría de comida" y que "la mayoría de esta cantidad está en las comidas". Si se ignora esta última frase, se puede interpretar que, efectivamente, debemos tomar ocho vasos de agua diarios; pero no, hay que beber el agua necesaria en función de nuestro estilo de vida, el calor, el ejercicio deportivo… pero beber agua en exceso simplemente por beber esa cantidad puede ser perjudicial y, en algunos extremos, causarnos la muerte. Expliquemos mejor esto para no asustar a nadie (porque el agua es, no buena, buenísima, pero): el agua en exceso puede provocar inflamación en el cerebro, evitando así que éste regule funciones vitales como la respiración, lo que causa el fallecimiento. La cantidad de agua que se ingiere debe estar regulada para poder controlar los niveles de ciertos componentes de la sangre, por lo que, si tomamos demasiada, los riñones no son capaces de funcionar lo suficientemente rápido, provocando una dilución de los niveles de componentes como el sodio, el potasio y el cloro. Estos componentes están involucrados en la actividad contráctil de los músculos. Si no están en una relación adecuada en la sangre y si se diluyen demasiado, también ocurre una dilución de los componentes en el interior de las células, pudiendo provocar problemas a nivel cerebral, cardíaco o respiratorio.
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